Un cuento para el Día Mundial del Veterinario

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Un cuento para el Día Mundial del Veterinario

Guillermo E. Delgado de las Cuevas

Veterinario de Salud Pública y miembro de la directiva de SOCIVESC

 

Permitan que les cuente una historia, esta vez en este día tan especial para nuestra profesión. Seguro que encuentran similitudes con los momentos de vértigo actuales:

 

Parecía una mañana como cualquier otra, todo era como de costumbre, tan rutinario que a veces rozaba el tedio. Pero pronto la situación iba a sacudir la tranquilidad del Dr. Al Beit. Sonó el teléfono. Una voz, que se oía un tanto insegura y atropellada, hizo saltar la alarma: había ocurrido a pocos kilómetros de su centro de trabajo. Y el día dio un vuelco inesperado. Primero, comenzó con una fiebre repentina e intensa, había relatado su colega. Los enfermos aparecían postrados y medio aletargados, algunos presentaban lesiones en la piel, especialmente en las extremidades. También aparecieron algunos síntomas digestivos como vómitos, diarreas; las dificultades respiratorias, —según le comentó— eran frecuentes y de muy mal pronóstico: generalmente acababan con la vida del enfermo.

 

Nuestro Dr. activó el sistema de alerta, comunicando con sus superiores y preparando el material para dirigirse a comprobar in situ lo que ocurría. Recogió su equipo de protección individual, el instrumental para realizar las comprobaciones diagnostico-clínicas y para las tomas de las muestras necesarias. Antes de salir hacia el coche, preguntó a su ayudante si se había asegurado de que tenían suficiente desinfectante y medios para la limpieza personal. No quería convertirse en un transmisor involuntario que empeorase la situación. En apenas veinte minutos estaban saliendo hacia el lugar sospechoso.

Mientras su ayudante conducía, se puso en contacto con la vivienda afectada. Quería conocer de primera mano los antecedentes, recopilar otra información y de paso avisar de su llegada para que todo estuviese preparado. El tiempo transcurría lento, pero sus pensamientos volaban. Cuando llegaron, tuvo la sensación de que reinaba un silencio poco común.

Antes de entrar, se vistieron con su equipo de protección individual, sus guantes y su calzado específico, todo fácil de desinfectar. Cogieron el material que presumiblemente necesitarían, y lo introdujeron en las bolsas especiales y herméticas, (móvil, bolígrafos, linterna, termómetros, jeringuillas, pinzas, tubos y botes de muestras, bisturís...). Cualquier descuido podría terminar en desgracia.

Los dos miembros del equipo se encontraban un poco nerviosos y, aunque no era la primera vez, siempre sucedía lo mismo: era como un nuevo bautismo de fuego. Sentía el subidón de adrenalina y la excitación del momento, notaba su pulso acelerado y sus manos temblaban imperceptiblemente para los demás, pero no para él.

Nada más entrar, apreciaron el panorama desolador: uno de los afectados yacía postrado al lado de un pequeño charco de vómito y respiraba de manera agitada, superficial, la fiebre era tan evidente, que prácticamente sin usar el termómetro, podría haberse adivinado. Su ayudante le indicó que en la otra sala otro de los enfermos ya había fallecido; su cuerpo estaba frío y se apreciaban unas pequeñas gotas de sangre que salían de sus orificios nasales manchando parte de su labio superior. El olor en toda la casa era característico. Sin más dilación, procedieron al examen clínico de los enfermos, observando mucosas, frecuencia cardio-respiratoria, temperatura y cualquier otro signo de los que se le habían comunicado. Posteriormente procedieron a la toma de muestras de sangre, esputo, orina etc., así como también, a recoger las muestras adecuadas del cadáver, que ya comenzaba a hincharse y sobre el que revoloteaban pesadamente algunas moscas.

Cartel de la OIE sobre las Zoonosis.

Cuidadosamente, introdujeron las muestras en sus respectivos recipientes, y estos en sus envases de protección, de forma que al enviarse al laboratorio oficial, no existiese riesgo de rotura de los mismos que pudiera provocar una contaminación biológica. Mientras su ayudante preparaba los envases, procedió a entrevistar a uno de los responsables, a modo de primera encuesta epidemiológica que posteriormente serviría de orientación para conocer como había entrado la enfermedad en estos parajes, hasta la fecha tranquilos.

Contactaron con el alcalde y las fuerzas de orden público a fin de conocer la población susceptible de la zona, y decretar de manera cautelar su inmovilización, en tanto se conocía el resultado de las pruebas diagnósticas. También se recogieron los datos de los enfermos, afectados, los convivientes, toda esa información resultaría necesaria para luego poder actuar de manera más eficaz.

Antes de regresar, comunicó al responsable la necesidad de confinamiento e inmovilización hasta que se confirmase o descartase, de manera fehaciente, la presencia de la enfermedad vírica, de la que por todos los indicios y la experiencia de años, ya sospechaba.

Por prevención, nadie debería salir, ni realizarse ningún movimiento de mercancías sin que contase con la autorización pertinente.

Inmediatamente notificó sus sospechas a su jefe provincial, Y en seguida empezó a repasar mentalmente la cadena de actuaciones y sucesos que se pondrían en marcha, como los engranajes de un reloj, que imperturbable hacía avanzar las agujas siempre del mismo modo.

El jefe provincial, consecuentemente, decretaría la supresión de concentraciones de masas en un radio de al menos 10 Km., también se procedería a investigar las idas y venidas de los individuos hacia otros lugares sospechosos durante los 30 días precedentes, era importante obtener cuanto más datos mejor, para conocer el origen, de dónde había venido y como, o si había podido extenderse a otros lugares. En cuyo caso, si la diseminación era presumible, se ordenarían medidas similares de confinamiento e inmovilización, así como cualquier otra que fuese necesaria para confirmar la presencia del dichoso virus. Se avecinaban días de mucho trabajo, siempre era igual. Pero, había que intentar ganarle tiempo a la enfermedad. Por eso comenzó la obtención de datos del censo en 1 Km alrededor del hogar, y el Dr. y sus colegas procederían a realizar algunas visitas para comprobar si habían aparecido más casos que aún no se hubiesen notificado. También se obtendrían los datos de los hogares en los radios de 3 y 10 km alrededor del foco sospechoso. Cuanta más información se consiguiese reunir en el menor tiempo posible, mucho mejor para todos.

Mientras, el Centro Nacional ya avisado, evaluaría —junto con el centro operativo local—, las posibles necesidades de personal y material que serían requeridas en caso de confirmarse la enfermedad. Por supuesto, inmediatamente, se pondría el caso en conocimiento del Laboratorio Nacional de Referencia, para que a su vez, estuviesen preparados. Además, se informaría a otras autoridades competentes que pudieran verse comprometidas y cuya actuación fuese pertinente, si se declaraba finalmente la enfermedad.

Si ésto sucedía, que la enfermedad se confirmaba, y Dios no lo quiera —pensaba para si mismo el Dr. Beit—, enseguida se activaría el Comité Nacional del Sistema de Alerta, el Centro Nacional, los Centros Locales, se reuniría al Gabinete de Crisis, y se convocaría al Grupo de Expertos y las unidades de seguimiento. Pero sobre el terreno actuarían los Servicios de Intervención Rápida.

Una vez más, recordó que tendría que realizar la desagradable labor de notificar a las familias la confirmación de la enfermedad y cumplimentar las encuestas para casos confirmados con su lluvia de preguntas, teniendo muy en cuenta las indicaciones de los expertos. Y si la encuesta determinase relaciones epidemiológicas con otros domicilios, habría que visitarlos y realizar las oportunas tomas de muestras, con el fin de conocer si estaban contagiados o no. Trabajo, sí, bastante, pero necesario.

Y como en otras ocasiones, le tocaría a su departamento encargarse de que se hiciesen las labores de limpieza y desinfección, así como la gestión de residuos, y otros materiales que pudiesen haber resultado contaminados. Cualquier precaución era poca en estos casos.

También se decretaría de manera definitiva las medidas de la zona de protección en los 3 km y las de vigilancia 10 km a la redonda; por supuesto se informaría a las poblaciones inmersas en esas zonas de las medidas necesarias de bioseguridad, los confinamientos y otras restricciones de movimiento.

Un poco más tarde, comenzarían los estudios serológicos masivos, en distinta proporción según el “anillo” al que perteneciesen en función de su proximidad al foco. Serían varios días de extracciones, varios equipos, varios laboratorios, para intentar detectar si la enfermedad se seguía diseminando, si se encontraban portadores que el virus usaba sin dar la cara, para extenderse todo lo posible. Es la ley natural, buscar la perpetuación.

Otras labores de investigación también se implementarían: captura de posibles vectores de la enfermedad —como mosquitos y otros insectos—, que pudieran servir de transmisores del virus para estudiar su papel, y en su caso actuar para prevenir nuevos contagios. Junto con esto se haría vigilancia epidemiológica de la fauna silvestre que pudiera actuar como reservorio de la enfermedad. Para ellos el Dr. Beit contactaría con el Dr. Ar, que había dedicado la mayor parte de su carrera al estudio de la fauna de la provincia. Cualquier animal enfermo o sospechoso haría sonar de nuevo las alarmas, pero también permitiría adoptar las medidas de prevención mucho antes.

El tiempo, le decía su maestro, es el segundo enemigo a batir, recordaría en ese momento...

Si han leído la historia y no pertenecen al mundo de la veterinaria, podrían pensar que se trata de una enfermedad como la Gripe A, el Ébola, el Coronavirus de la pandemia actual, o cualquier otra de las que aparecen en las películas del tipo “Estallido” o “Contagio”. Pero si piensan que los enfermos pueden ser animales, los hogares, granjas y el Dr. Al Beit, el Dr. Ar y sus colegas, veterinarios, verán que se trata de una epizootía, más o menos común, entre las que de vez en cuando asolan al ganado.

Todas estas medidas “fabuladas”, no son más que las que vienen recogidas en el Plan de Contingencia de la Peste Porcina Africana, y el Dr. Al Beit podría ser un veterinario, doctorado en microbiología, con amplia experiencia en la lucha, control y erradicación de las enfermedades del ganado. Además, los síntomas referidos, son los que se pueden encontrar en las Pestes Porcinas, Africana y Clásica. De los cuales, tenemos una larga historia, que junto con las historias de otras varias como Peste Bovina, Fiebre Aftosa, Lengua Azul, Peste Equina, Encefalopatías Transmisibles, Tuberculosis, Fiebres de Malta y un largo etcétera, han ocupado gran parte de las carreras profesionales de muchos veterinarios en éste y otros países.

Alguien pensará que es muy fácil predicar a toro pasado, y es cierto que así sería el caso, si no fuese porque desde SOCIVESC, otras instituciones veterinarias como FESVET, sindicatos veterinarios, Colegios Oficiales de Veterinarios, organismos internacionales como la OIE (Organización Internacional de Epizootías), se viene argumentando y avisando de fenómenos de este tipo: zoonosis con posibilidad de convertirse en pandemias, que pueden aparecer en cualquier momento. Pero los gobernantes de distinto signo político han hecho oídos sordos, y ni siquiera han desarrollado plenamente la veterinaria como profesión sanitaria, cuando fuera de toda duda lo es por derecho propio, y así es entendida por diversas instituciones sanitarias mundiales, la propia OMS, la FAO, la OIE.

 

Carteles de la OIE y la OMS referidos al concepto ONE HEALTH

Si por algún momento han pensado que medidas como las descritas se podrían aplicar a la pandemia del COVID19, han acertado, puesto que los virus y otros agentes patógenos, realmente no diferencian mucho entre animales. Y el ser humano no deja de ser un animal más, sobre todo si el punto de vista es el de un virus, que siempre que tenga la llave de la puerta de entrada, procederá a instalarse y hacer sus cosas, que básicamente es reproducirse por miríadas, con las consecuencias que eso tiene sobre la salud, seas una persona, un murciélago o una vaca, especialmente si es la primera vez que se contacta con él, y el sistema inmunitario no está preparado.

Una vez más el concepto ONE HEALTH (Una Sola Salud), brilla por si mismo, y nos explota en la mano; no existe una salud humana que se pueda desconectar e independizar de la salud de los animales o el medio ambiente. Todos están entrelazados en una sola entidad, y si algo altera una de ellas, las otras dos se pueden ver alteradas a su vez, y normalmente lo hacen. Además, se conocen desde hace tiempo otros problemas como los que implican “invadir” los nichos ecológicos de los animales silvestres, o los problemas de desforestación que por ejemplo, obligan a los murciélagos a buscar alimento en zonas urbanas, o la contaminación del medio, que hace más susceptibles a las enfermedades tanto a seres humanos como animales. Baste recordar, por ejemplo, la epidemia de Leishmaniosis en la Comunidad de Madrid, donde liebres del entorno agrario, actuaron de reservorio de este parásito, y que luego los mosquitos se encargaron de transmitir a personas que acudían a un parque cercano. La causa última puede haber sido la urbanización descontrolada e invasiva, que puso en contacto el hábitat de los animales silvestres con el mundo urbano

Por cuestiones como éstas y las expuestas en el “cuentino”, es razonable y debiera incluirse siempre profesionales de la veterinaria en los grupos de expertos o de gestión de enfermedades epidémicas en general, y en particular, en el caso de las zoonosis. Quizás, por eso algún ministro ha declarado que los países no estábamos preparados. Nos hubiera gustado pensar que simplemente con copiar y adaptar los Planes de Contingencia existentes para las epizootías, podríamos haber ganado un tiempo precioso.Quien tenga que pensarlo, que lo haga antes de que volvamos a otra situación similar, ya que si de algo estamos seguros y la historia lo confirma de forma reiterada y tercamente, es que pandemias de origen zoonótico, volverán a suceder.

Mientras, mi pésame sincero por las víctimas de ésta y mi aplauso a los compañeros sanitarios y no sanitarios que han antepuesto su trabajo a sus vidas en este fenómeno planetario, y que debiera hacernos reflexionar profundamente sobre la humanidad y la relación con nuestra tierra madre y todos los seres vivos que en ella habitan. Amén.